Día 14. Hogar (Escritober 2020)
Tau se encontraba sentado sobre su butaca favorita leyendo uno de los libros que heredó el día en el que el padre de su esposa murió. Su mujer, Noela, se encontraba recogiendo la cocina antes de que él pasase a lavar todos los platos y utensilios usados durante la cena y, mientras ella hacía esto, él aprovechó para avanzar por el capítulo que dejó a medias. Tan inmerso estaba en aquella novela que no oyó el ruido que dos de sus hijas estaban haciendo en la habitación que compartían. Pero la voz de su mujer se encargó de traerlo de vuelta al mundo real.
—Cariño, ¿puedes acostar tú a las niñas mientras yo recojo la cocina?
—Hace rato que las tres decidieron ir a dormir —en ese momento un segundo ruido, esta vez más fuerte, llegó a oídos de Tau desde la habitación—, aunque creo que será mejor que vaya a echar un vistazo.
Dejó el libro que estaba leyendo sobre la pequeña mesa y marchó en busca de las niñas. Subió las pequeñas escaleras que daban a la planta superior de la casa, donde se encontraban su habitación, la de sus dos hijas pequeñas y la de su hija mayor. Aquella era una casa humilde, y en la zona donde vivían, una casa con dos plantas y tres habitaciones era algo de gente de clase baja, pero ellos eran muy felices en su pequeño hogar.
—Oria y Ziz, ¿qué hacéis todavía despiertas? —cuando entró, vio como Ziz se levantaba del suelo llorando y Oria parecía asustada. Tenía el rostro pálido y a la vez enrojecido y un poco húmedo por el sudor, como si hubiese hecho algún tipo de esfuerzo.
—Papá, estábamos jugando a las peleas y Ziz se ha caído...
—¡Mentira! —interrumpió Ziz— Oria me ha empujado y me he caído de cabeza al suelo —dijo sollozando.
Oria y Ziz eran gemelas, y tenían siete años. Oria nació primero, y en el momento en el que la vio, Tau pensó que nunca querría a nadie tanto como a ella. Aquella niña era la viva imagen de su difunta madre. Tenía los ojos negros que recordaba en su madre y con los que parecía que analizaba el alma de las personas, el pelo afro y rubio platino que tanto resaltaba en comparación con la piel parda de Aharde y que, sin embargo, se mezclaba casi a la perfección con la piel blanca y rosada de Oria, y una sonrisa que dibujaba dos hoyuelos en los laterales de sus mejillas y que dejaban ver sus paletas separadas, lo que hacía que fuese una criatura de lo más adorable.
Por otro lado, Ziz era todo lo contrario. Era igual de guapa que su hermana, pero Ziz tenía el pelo negro azabache, liso y lo suficientemente largo como para tener que recogérselo al sentarse porque, de no ser así, se sentaría sobre él. Lo que la segunda gemela sí había heredado era aquella piel que él recordaba en su madre. Un marrón oscuro y con tonos dorados que, todos decían, era el tono de piel más bonito que habían visto nunca.
Tau levantó a Ziz del suelo y se sentó junto a ella en la cama.
—Siempre os he dicho que no juguéis a esos juegos. Os podéis hacer daño y sólo las malas hermanas se hieren unas a otras —acarició el pelo de Ziz y le limpió las débiles lágrimas que tenía navegando en sus mejillas—. ¿Vosotras sois malas hermanas?
Ambas niñas negaron con la cabeza y Oria se sentó al lado de Ziz y la abrazó en modo de disculpa.
—Y ahora toca dormir —dijo Tau levantándose—. Buenas noches niñas.
—Espera papá, ¿puedes leernos un cuento? —dijo Ziz.
—Vale, pero sólo un poco que ya es muy tarde.
Tau fue hacia la puerta para cerrar. Eso ayudaría a que las niñas se durmiesen antes y así evitaría contar completamente aquella historia que tantas pesadillas le producía. Justo cuando iba a cerrar la puerta vio a Violet, su hija mayor.
—Cielo, voy a leerles a tus hermanas “La Historia de Boek”, ¿quieres entrar a escucharla? —preguntó Tau ilusionado— Era tu cuento favorito cuando eras pequeña.
—Era mi cuento favorito cuando creía que no era más que un cuento —respondió, de forma tajante, Violet.
Tras esto, se encerró en su cuarto. Tau sentía cómo su hija mayor, que acababa de cumplir dieciséis años, se iba distanciando de él cada día, a pasos agigantados y con una rapidez que lo asombraba. En el fondo entendía su enfado, al fin y al cabo, Tau no hizo más que ocultar cosas importantes de su pasado a toda su familia y, aunque su mujer lo aceptó, Violet no sabía como asumirlo todo correctamente. Era algo de lo que Tau se culpaba completamente cada día.
—Papá...
Tau oyó la voz de Oria y volvió en sí. Cerró la puerta, apagó todas las luces excepto la que quedaba más próxima a él, y se sentó a los pies de la cama de Ziz.
—¿Queréis que la cuente desde el principio o desde donde nos quedamos la última vez?
—¡Desde el principio! —dijeron, al mismo tiempo y entusiasmadas, las dos niñas.
Carraspeó un poco para calentar la voz y comenzó.
—Este libro me lo regaló una antigua amiga que se llamaba Uvrou, y trata sobre Boek, un reino muy muy lejano...
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