Día 13. Un día de mala suerte (Escritober 2020)
El Behitán rugió. Los soldados de Grond y Lug habían decidido que no merecía la pena luchar por sus reinas y, ante la visión aterradora de aquella bestia, huían despavoridos mientras intentaban esquivar los ataques del armamento de Oseane y los Cinco Tritones, que tenían como misión aniquilar a todo lo que estuviera a su alcance.
Hidoi, transformada en aquel monstruo, rugió con más fuerza, haciendo que el agua del Mar Dagmat se congelase. Daba pasos que hacían que todo el reino temblase. Aharde notaba cómo el suelo de palacio vibraba mientras, llorando, miraba la destrucción que su hermana había causado a la tierra de Boek. Todo esto era porque ella había decidido abdicar el trono, sin pensar ni un solo segundo en las consecuencias. Sabía que, si sobrevivía aquella guerra, los remordimientos le perseguirían por el resto de su vida. Jamás hubiera querido que sus tropas y los habitantes de Grond sufrieran ningún tipo de daño, pero a la vez quería ser feliz, y el trono la hacía sentir miserable desde que era una niña pequeña. Tras la muerte de Tau ya nada la ataba a aquel asiento frío y agobiante. No quería ser reina.
—Esto no es culpa tuya, mi niña —dijo Uvrou, que se acercó acariciando su espalda.
—Sí lo es —levantó la mirada—, pero no me arrepiento. Prefiero morir antes que seguir siendo reina.
Gemielde se acercó a Aharde y su hermana y, acariciando el hombro de la reina, siguió el plan que Hidoi tenía organizado.
—Aharde —dijo la anciana—. Sólo hay una persona que te obliga a ser reina, y es Aperia.
—¡No dejes que te coma la cabeza! —interrumpió Telyn.
—Sabes que tengo razón —dijo la anciana—. Fuiste tú la que hace ocho años me avisó de las intenciones de Aperia con respecto a Cora y Circe. Aperia te quiere obligar a amar el trono de la misma manera en la que quiso obligar a Cora a amarla a ella pero, al igual que la difunta Cora, tú tampoco puedes ser forzada a querer algo por lo que no sientes más que desprecio. Sabes que, aunque Aperia gane hoy, tú nunca amarás el trono y correrás el mismo destino que Cora en el momento en el que intentes abandonarlo de nuevo.
—¡Cállate! —gritaba Telyn.
—¡Nunca dejará que abandones tu papel de reina! ¿Es que no lo ves? Por eso te respeta a ti y odia a Hidoi, porque a ella no la puede controlar, pero hace contigo lo que ella quiere en todo momento.
Aharde se secó las lágrimas del rostro e ignorando a las ancianas, salió de su habitación.
En el congelado mar, Aperia intentaba ponerse de pie sobre el resbaladizo hielo. Sus heridas y magulladuras hacían que no pudiese dar ningún paso ni realizar ningún movimiento sin sentir el dolor de mil puñales en sus músculos y huesos. Hidoi estaba ganando la guerra, pero bien sabía ella que hasta el final de una batalla, jamás se cantaba victoria.
Estaba incorporada sobre una rodilla, lo máximo que su cuerpo le permitía, y veía cómo el Behitán se iba acercando lentamente hacia ella, mirándola directamente a los ojos.
—Jamás serás la reina... ¡Jamás serás nada! —gritó Aperia.
El Behitán intentó aplastarla dejando caer una de sus enormes patas delanteras mientras rugía, pero Aperia consiguió esquivarla. Se lanzó hacia la espada que estaba a pocos metros de ella, y que había perdido cuando Hidoi la hizo caer desde el aire, y consiguió hacerse con ella.
—No me vas a vencer... —pronunció en un susurro.
Cogió la espada con ambas manos y, levantándose costosamente, comenzó a correr hacia el Behitán. Lanzó la espada como si fuese una lanza y consiguió clavarla en la pata de la bestia, haciendo que comenzase a sangrar.
—Esa sangre... es negra.
Aperia se distrajo comprobando que el color de la sangre de Hidoi era negro y, siguiendo un rugido de rabia y dolor, el Behitán agarró las alas de la reina con su boca. La reina estaba flotando en el aire, mientras que la bestia intentaba arrancarle las alas de cuajo, zarandeándola. En un movimiento de cabeza, el monstruo lanzó a Aperia volando hasta el castillo de Grond, rompiendo la cristalera que daba luz a la Gran Corte.
Aperia estaba sangrando. Su armadura se encontraba en un estado demasiado débil como para seguir luchando, y varios cristales del gran ventanal habían conseguido atravesar su piel. Notaba como una de sus alas estaba malherida, ni siquiera podía replegarlas o esconderlas para evitar que estuvieran a la vista y alcance de Hidoi. Se arrastró como pudo hasta el gran ventanal, llevándose por delante y clavándose varios cristales afilados por el camino, y se asomó. Vio cómo Hidoi se encontraba de nuevo en su forma humana, quieta sobre el hielo y mirando hacia donde ella se encontraba. La reina de Oseane, con un movimiento de manos casi imperceptible, hizo que una gran columna de agua se elevase hasta la altura a la que se encontraba la cristalera casi inexistente. Hidoi cabalgaba aquella columna de agua salada, y con el mismo movimiento que hizo anteriormente, se adentró a la Gran Corte.
Aharde bajó hacia la Corte corriendo y, al llegar, se sobresaltó por ver cómo Hidoi estaba pisando la cabeza de Aperia contra el suelo. Sin ser vista se escondió.
La reina de Oseane estaba aplastando la cabeza de su hermana contra los cristales que había esparcidos por el suelo, y que ahora estaban empapados por el agua salada que ella misma había traído. Varios quejidos salían de la boca de Aperia cada vez que un cristal abría una herida nueva en su cara y el agua salada entraba en contacto con la piel expuesta.
—¿Tienes el ala rota? —preguntó Hidoi riéndose.
Le pegó con uno de los palos que habían caído del ventanal al romperse y, en un grito que inundó el palacio completamente, Aperia se quejó.
—Vaya... No sé si te acuerdas, pero mamá decía que cuando, por ejemplo, una muela te molesta significa que hay que sacarla.
Hidoi comenzó a reír, y acto seguido empezó a mover las manos en una secuencia que Aperia no había visto jamás. Ante sus ojos se levantó su mayor pesadilla. Del agua que había en el suelo del palacio, dos pequeñas y finas columnas se levantaron, completamente cubiertas por los desiguales y afilados cristales que había por el suelo. Fueron acercándose poco a poco, y Aperia comenzó a llorar. La risa de Hidoi se mezcló con los quejidos y el llanto de la reina de Lug, mientras que Aharde se tapaba los oídos para intentar huir de aquel horror.
Las azules vestimentas de Hidoi estaban completamente rojas, y su rostro y su pelo húmedos de la sangre.
—Ya no te duelen...
La reina lanzó las alas completamente mutiladas y cubiertas de sangre a escasos centímetros de la cara de su hermana, que estaba llorando desconsoladamente. En su espalda se podían observar los trozos de piel hecho jirones a causa del agua con cristales que había serrado a través de la unión entre las alas y el cuerpo de Aperia.
Hidoi reía, y la expresión en su rostro se transformó de placer a locura más rápido de lo que cualquiera podría haber imaginado.
—¡Llevo años planeando esta venganza! —se giró, dándole la espalda a su hermana— ¿Crees que yo quería guerras? ¡No!
—¡Pues para esto de una vez!
—¡No! —gritó, desquiciada, Hidoi— No voy a parar hasta que consiga venganza por la muerte de Cora y de Circe.
—Murieron hace años, y fue Cora la que mató a Circe —Aperia intentó incorporarse sobre una rodilla—. Olvídalas ya.
—¡Era mi hija!
Hidoi se giró, y Aperia vio como su rostro estaba empapado por lágrimas de un color negro opaco. Con un movimiento de manos prendió fuego a las alas de su hermana. El fuego consumía las plumas mientras que Hidoi era consumida por la rabia.
—Te enamoraste de Cora —afirmó Hidoi—, y esa fue tu perdición. Hasta ese momento eras conocida como Aperia “La Justa”. La Reina Imparcial. La Reina de la Justicia. Todos eran apodos que te honraban y que hacían justicia a la clase de persona que eres, pero todo se torció cuando Cora me eligió a mí.
—Yo la quería... —susurró Aperia.
—¡Cuando quieres a alguien no lo asesinas!
—Yo la quería... —volvió a susurrar Aperia, que rompió en llanto.
—Tú la querías, pero ella a ti no —se acercó a su hermana y la cogió por el cuello con la suficiente fuerza como para levantarla del suelo—. Sin embargo, a mí me amaba.
Aperia, invadida por la furia y la impotencia, se arrancó un cristal de los que tenía clavados en las costillas, y con fuerza lo hundió en el vientre de Hidoi. Esta perdió toda la fuerza, y Aperia cayó al suelo, seguida por Hidoi.
—Yo la quería —dijo Aperia, poniéndose de pie—, pero la quería conmigo o muerta.
Levantó la mano con el cristal afilado todavía en ella, con intención de matar a su hermana, pero en ese momento sintió una punzada agonizante en la espalda, que al segundo volvió a repetirse.
Aharde había salido corriendo de su escondite y asestó dos puñaladas a la reina de Lug, dejándole la daga clavada en el último de sus ataques.
—Lo siento...
Aperia se giró, y cayó al suelo mientras miraba agonizante a su hermana Aharde.
—¿C-cómo has podido? —preguntó la reina, mientras la sangre le brotaba por la boca.
—Mataste a Cora, por tu culpa Circe murió —una lágrima recorrió su rostro—, y no quisiste salvar a Tau.
Hidoi se levantó y cogió el cristal que Aperia tenía en la mano. Se lo clavó en su viente, ante el asombro de Aharde, y cuando el cristal se empapó de su sangre negra, lo clavó en el corazón de la reina de Lug.
—¡No tienes que torturarla, iba a morir! —gritó Aharde.
—¡Cállate! —ordenó Hidoi— Estoy matando su alma, al igual que ella mató la mía.
Aperia miró por última vez a Hidoi a los ojos y, sonriendo, exhaló su último aliento.
—Está...
—Hemos asesinado a nuestra propia hermana, Aharde —dijo la reina.
—Ahora es mi turno, ¿no? —preguntó en voz baja.
Hidoi se limitó a asentir. Sentía un nudo tanto en la garganta como en la boca del estómago, pero sabía que si quería ser reina para siempre tenía que matar a su otra hermana.
—¿Puedo pedirte un favor?
—Lo que... —la voz de Hidoi se resquebrajó— Lo que pidas será tu última voluntad.
—Salva a Tau.
Volvió a asentir.
Aharde se puso de rodillas y, agarrando la mano de su hermana, la llevó a su pecho. Hidoi cerró los ojos y, de nuevo, dos lágrimas negras surcaron sus mejillas hasta su barbilla. Ejerció la presión necesario y metió su mano en el pecho de su hermana, agarrando el corazón de esta.
—Gracias —susurró su hermana—. Por fin me reuniré con Tau...
Aharde cerró los ojos y, al igual que Aperia minutos antes, exhaló su último aliento. Hidoi tiró del pecho y sacó el corazón de Aharde en su mano. El corazón más puro de todo el reino de Boek.
—Gracias —susurró Hidoi antes de besar la frente de su hermana.
La guerra había terminado.
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