Día 1. Sueño (Escritober 2020)
Linner, el ángel mensajero del sur, llegó a palacio sin aire en los pulmones, y entró por uno de los grandes ventanales que se encontraban a un lateral de la sala central. Jamás había volado tan rápido como lo hizo ese día. Aún notaba el corazón palpitando en la garganta, y sentía como si alguien le hubiese arrancado las alas a la fuerza.
—Siento interrumpirla, Alteza —dijo casi asfixiado.
—Toma aire. Da pena verte —dijo Aperia, sin levantar la mirada del papel que estaba leyendo.
Linner obedeció y respiró tranquilamente, calmándose un poco.
—Alteza, hemos recibido noticias de que las aguas centrales del Tridente de Shima están bastante alteradas.
Ante la información del mensajero, Aperia levantó suavemente la mirada y la clavó en Linner. A éste se le pusieron los pelos de punta y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.
—¿Hay algún grupo de ángeles combatiendo cerca? Suele ser una zona de ejercicio para novatos.
—No, Alteza.
—Gracias por informarme. Yo me encargaré a partir de ahora.
Linner desplegó sus grandes alas pero seguía cansado por el vuelo. Decidió volver a plegarlas y caminar hacia la salida.
—Linner...
—¿Sí? —dijo el ángel, girándose— Dígame, Alteza.
—Que esto quede como un secreto entre nosotros. No lo comentes con nadie, especialmente con los habitantes de Grond. Mi hermana Aharde no debería enterarse.
—Así será, majestad —hizo un reverencia y salió por los portalones de oro.
Era raro. Desde que Hidoi decidió desaparecer y cerrar las fronteras del reino de Oseane, el agua de la tierra de Boek había permanecido en una tranquilidad absoluta. Hidoi era la encargada de que los ríos fluyesen. Era la encargada de que los pantanos se mantuviesen llenos gracias a la lluvia y de que las olas de los diferentes mares de Boek no muriesen nunca, pero cuando decidió exiliarse a su reino y no regresar, todo eso dejó de suceder. Que ahora regresase el movimiento en el agua solo podía significar una cosa. Hidoi había vuelto.
Voló desde palacio hasta el Tridente de Shima. El Tridente era el nombre que tenían las tres islas que, en sus profundidades, albergaban el palacio del reino de Oseane. Allí fue donde Hidoi decidió desaparecer hace 8 años, y a partir de ese momento nadie había vuelto a saber nada sobre sus dominios o sobre ella misma. Desde entonces, la tierra de Grond había presenciado cómo los ríos y pantanos se secaron por completo. No quedaba ni una sola gota de agua sobre la superficie.
Observó cómo la superficie del agua estaba blanquecina por las olas rompiendo en la costa del Tridente. Una gran mancha negra se concentraba en el centro de las tres islas y parecía estar haciendo que el agua se moviese en círculos, creando un remolino. Se acercó un poco más para inspeccionar y, entonces, lo vio. Del centro del remolino salió un cuerpo grande y negro. No tenía forma, pero era lo suficientemente largo como para alcanzar a Aperia en pleno vuelo. Fue rápido como el mejor de sus ángeles, y antes de que pudiese realizar un sólo movimiento, aquella cosa ya había rodeado su tobillo. Ahí lo supo, era un tentáculo gigante y podía ver los ojos de la bestia brillando bajo la superficie del mar.
La bestia apretó y cerró el tentáculo con más fuerza alrededor del tobillo. Aperia notó como los huesos del pie crujían, y un dolor insoportable se apoderó de su cuerpo. La reina lanzó un quejido ensordecedor que retumbó a lo largo de las tres islas, pero no había nadie lo suficientemente cerca como para escucharla. En ese momento, la bestia tiró y Aperia quedó sumergida bajo el agua, siendo arrastrada hacia las profundidades por el monstruo. Notaba como el aire de sus pulmones se iba consumiendo a la vez que la presión que sentía en la cabeza crecía.
Entonces, se hizo la calma.
Aperia se despertó gritando y completamente empapada por una fina capa de sudor frío. Miró alrededor. Paredes de piedra blanca, iluminadas únicamente por al luz de la luna. Se encontraba en su habitación. Todo había sido una pesadilla, pero sabía perfectamente lo que significaba. Hidoi había regresado, y venía para luchar.
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